No en pocas ocasiones he conocido la historia de una persona que retira todos los espejos de su domicilio para evitar el sufrimiento que le genera ver su propio reflejo y, en particular, los inevitables signos en su cuerpo que el envejecimiento trae consigo. Por extraño que parezca, este síndrome ya tiene nombre, el del protagonista de la novela de Oscar Wilde, Dorian Gray.
Sin ánimo de revelar la trama y el desenlace de esta famosa obra, quería traer a esta plataforma aquello que a la gerontología tanto tiempo le ocupa y preocupa: el edadismo latente que existe en nuestra sociedad y que bien se refleja en la creación de Wilde. Los pecados del eternamente joven Dorian Gray se transfieren al retrato, reforzando así esa idea de que el envejecimiento es un asunto que hay que ocultar y que da terror. A este respecto os invito a echar un vistazo al cartel de la última película de Paco Plaza, ‘La abuela’.
El edadismo, que es así como en castellano hemos nombrado esta discriminación, también es asumido por las personas más mayores y es que lo han aprendido en el camino, leyendo, escuchando o viendo cómo la vejez y el envejecimiento han quedado reducidos a sinónimos como pobreza, fealdad o enfermedad. En resumen, el momento doloroso para retirarse a esperar la muerte.
Las personas mayores ya no sirven -como los objetos-, estorban, no tienen capacidad para aprender o no pueden emprender nuevos proyectos empresariales u amorosos; son esos los mensajes que promueve el edadismo. Este cruel destino se asume y por “no molestar a los hijos” -esa frase que todos hemos escuchado en algún momento a una persona mayor- nos resignamos a unos años de vida miserables.
Según las perspectivas de la población mundial ofrecidas en el último informe de Naciones Unidas (2019), para 2050, 1 de cada 6 personas en el mundo será mayor de 65 años, frente a 1 de cada 11 del pasado año 2019. Este panorama aventura que la humanidad está envejeciendo, sin que parezca que las tasas de natalidad reviertan esta situación. La realidad de la vejez es heterogénea. La vivencia de esta etapa es única y se puede vivir de múltiples maneras. En un entorno urbano o rural, en situación de migración, discapacidad o enfermedad. En solitario o con un entorno familiar estable. Habitando en una institución geriátrica, en el hogar que le vio nacer o en situación de calle. Con solvencia económica o por lo contrario, escasez.
El edadismo y sus múltiples maltratos asociados, como son la exclusión, la ruina económica o prohibiciones de múltiples índoles, vulneran todos nuestros derechos como personas. En ocasiones, no pocas, paradójicamente son instituciones como la familia las que más nos castran, o las entidades del cuidado de la salud las que amparan el abuso de medicalización en esta etapa, la falta de recursos o las denigrantes sujeciones físicas a las que se somete a estas personas. Nosotros, mañana mismo.
Al igual que el género, la discapacidad, la orientación sexual, la etnia, la confesión religiosa, la cultura o el idioma son parte de la riqueza de los seres humanos, la edad también debe ser un dato para poner en valor. Juntos, conseguiremos que la sociedad del futuro sea más justa e inclusiva y ello pasa por aceptar lo que es un regalo de la ciencia, la tecnología y el humanismo, la vida en su continuo.
Mientras las naciones y sus gobernantes no encaren esta realidad desde una óptica multidimensional, viéndola como un problema y no como lo que es, una oportunidad, el futuro próximo se avecina desalentador. Para combatir esta discriminación por motivos de edad es necesario sensibilizar a toda la opinión pública, sin esperar a esa clase política que antes mencionaba, de la gravedad de la cuestión porque la experiencia del envejecimiento es universal. No así la manera de afrontarlo. Por último, una llamada al orden. ¡Molesten a sus hijos e hijas! –si los tienen- haciéndoles saber que conocen sus derechos y pueden expresar sus necesidades con libertad y asertividad. Y si no consiguen obtener ese respeto, busquen alternativas de afecto en personas mayores con poderío.
¡Rebélense contra el edadismo!
Francisco Olavarría Ramos. Experto en comunicación social y activista por los derechos de las personas mayores