Markel López Arrizabalaga nació con la enfermedad de la piel de mariposa, la epidermolisis bullosa, lo que significa llevar las manos vendadas, someterse a un sinfín de operaciones para mantener la movilidad de los dedos de las manos, padecer dolores constantes, perder movilidad. Conlleva no poder abrir puertas, ni recoger objetos del suelo, ni encender la luz, evitar prácticamente cualquier contacto que pueda lacerar la delicada piel que se rompe por un trastorno genético hoy por hoy incurable.
Hay otros efectos que no están clínicamente contemplados, por ejemplo, el tener que dar continuas explicaciones ante desconocidos cada vez que se pone un pie en la calle, sentado en una silla de ruedas, vendadas las extremidades del cuerpo, y que, pese a la buena intención, hacen sentir a los pacientes «más enfermos que personas».
Markel ha conseguido confundirse con la normalidad gracias a la llegada de ‘Antxoa’, una perra especialmente adiestrada para asistir a las personas con problemas de movilidad, convertida en el nuevo centro de atención del que tanto ha rehuído este niño de once años de Urretxu.
En España se estima que existan 500 personas con dicha enfermedad, 10 casos cada millón de nacidos.
«Markel -cuenta Saioa, su madre- ha ganado de forma inmediata en autoestima, en seguridad, en alegría. Significa mucho que cuando pasee le pregunten por su perra y no por sus manos, porque él se siente útil como responsable del animal. Es una buena terapia». La misión de este can de la raza labradora Retriever es la de mejorar la calidad de vida del niño. Ayudarle a encender y apagar las luces, a abrir cajones, a desvestirse, a portar objetos… Pero la propia convivencia con el animal ha resultado terapéutica. «’Antxoa’ no es solo un perro, le ha dado una nueva vida a Markel», agradece su madre.