Existe un tipo de discapacidad que no es muy común y que, por tanto, muchas personas no son conscientes de su existencia; esta se llama discapacidad visceral y vamos a hablar sobre ella en este artículo.
En la sociedad, se tiene una conciencia generalizada de que la persona discapacitada es la que sufre algún tipo de impedimento para su total movilidad o una aparente falta de funciones psíquicas. No obstante, el término discapacidad también abarca otras afecciones, que pueden ser daños o dolencias en órganos internos que les supone un impedimento a nivel laboral, social o personal.
Qué es exactamente la discapacidad visceral
La discapacidad visceral, también conocida como discapacidad orgánica, es aquella que sufren los individuos con algún problema en el funcionamiento de órganos internos.
Estas personas se encuentran impedidas de llevar su día a día con total normalidad, aunque estas complicaciones no afecten para nada a aspectos intelectuales, sensoriales o motoras.
La discapacidad visceral puede impedir la plenitud en distintos sistemas del individuo: cardiovascular, hematológico, inmunológico, respiratorio, digestivo, metabólico o endocrino.
Algunos casos más específicos son la fibrosis quística de páncreas, la cardiopatía congénita o la insuficiencia renal crónica terminal.
Poca visibilidad de la discapacidad visceral en la sociedad y las instituciones
La discapacidad visceral parece ausente en distintos niveles para dotar a las personas que la sufren de los derechos que necesitan para mejorar su calidad de vida.
Diversas organizaciones lamentan la escasa inclusión de este colectivo, ya no solo a nivel laboral, sino en la educación, la salud o la planificación de vida, por ejemplo.
En ocasiones, los casos de discapacidad visceral sufren algún tipo de subdiagnóstico, es decir, no se reconocen como tal y, por tanto, no es posible acceder a una cobertura integral de medicación, salud y ayudas para rehabilitación.
Las personas que sufren discapacidad visceral u orgánica no están reconocidas en los baremos que establecen la Administración y, por tanto, quedan al margen de toda ayuda que contribuya a mitigar el estilo de vida deficitario que tienen.
Si se refleja en esos cómputos, por un lado no se adapta a los juicios médicos actuales ni se cuenta con el día a día de quienes se consideran discapacitados viscerales.
Es fundamental que las instituciones presten atención a este colectivo, puesto que sus necesidades específicas también pueden ser objeto de ayudas y subvenciones que mejoren su calidad de vida.
Dificultades reales en el día a día
La realidad es que los afectados por una discapacidad orgánica tienen grandes obstáculos para acceder o mantener un empleo, compatibilizar su vida diaria con los tratamientos necesarios y, además, enfrentarse a una sociedad que desconoce o ignora la magnitud de sus dolencias y su frustración por no estar al nivel del resto de tipos de discapacidad en cuestiones de atención del Estado.
Otra de las cuestiones fundamentales de este asunto es que, en ocasiones, la discapacidad visceral puede conducir a otra clase de incapacidad física, como los casos en que algún tratamiento quirúrgico afectan a funciones motrices con limitaciones físicas.
Existe un vacío legal considerable sobre el reconocimiento de estos problemas como realmente se necesita para mejorar la calidad de vida, ya no solo de los afectados, sino de quienes le rodean, que sufren con ellos sus consecuencias.
La lucha por que se incluyan en los criterios para otorgar ayudas públicas a este colectivo no ha cesado en los últimos años, puesto que las consecuencias, a pesar de no ser tan visibles a ojos de la sociedad, son muy severas en la rutina de cualquier persona, incluso en las tareas que parecen más insignificantes.
El desempleo o las dificultades en la esfera social para este colectivo
Sus numerosas visitas a distintos especialistas y centros médicos son motivo de absentismo laboral, lo que incide, realmente, en problemas en el entorno laboral para mantener el puesto de trabajo.
Así, son muchos los casos de personas con discapacidad orgánica que tienen dificultades para acceder al mercado laboral.
Al final, esto se convierte en un círculo bastante desagradable para ellos, puesto que no cuentan con los ingresos necesarios para hacer frente a los tratamientos de sus dolencias, los cuales, reclaman, deben ser sufragados total o parcialmente con ayudas públicas, al igual que ocurre con las demás clases de discapacidad.
Además, los problemas de estas personas también influyen considerablemente en su participación en la comunidad social.
La sociedad sigue sin percibir estas patologías discapacitantes y esto supone un auténtico obstáculo para conformar un marco de ayudas y de visibilidad que conduzcan a una mejora de su calidad de vida.
Por ello, las distintas asociaciones exigen que se incorporen estas patologías en los baremos de discapacidades para colocarla en unos niveles que permitan una mayor atención y ayuda para que, de una vez por todas, se consiga una mejora real de su calidad de vida.