Una de cada dos personas con discapacidad considera que sus derechos se respetan poco o nada, siendo las personas con discapacidad visual las que más sufren esta vulneración de los derechos, en un 52% de los casos, según la Encuensta Nacional sobre Discriminación (Enadis) realizada en México en el año 2017.
Laura Barba, miembro de Conapred, cuenta que la discriminación es estructural y se refleja en la falta de acceso de las personas con discapacidad a diferentes derechos que el resto sí tienen.
Un claro ejemplo lo encontramos en lo educativo, donde las personas con discapacidad tienen una tasa de analfabetismo del 20,9% y en casos de discapacidad intelectual sube hasta el 50,9%, mientras que el resto del país tan solo promedia un 3% de analfabetismo.
Esta visible falta de preparación académica, años más tarde se traduce en una enorme brecha laboral, que impide a las personas con discapacidad a incorporarse al mercado y poder trabajar.
La dificultad de estas personas no acaba aquí, ya que en el caso de encontrar trabajo, estas se enfrentan a peores condiciones y discriminaciones. Solo una de cada cuatro personas con discapacidad tiene un contrato formal y prestaciones legales, mientras que en el resto de trabajadores esta proporción es de dos de cada cinco.
Un 25% de los mexicanos considera menores a las personas con discapacidad
La discriminación es caldo de cultivo en México. Los prejuicios están a la orden del día, por ello, un 25% de los mexicanos creen que las personas con discapacidad son de poca ayuda en el trabajo.
Por ello, aparecen historias como la de Iovanna Cisneros, quien chocó contra la barrera de la inclusión, pero logró salvarla a base de esfuerzo, sacrificio y constancia.
Esta joven mexicana quiso entrar a la universidad, sin embargo, le dijeron que no podría estudiar por el hecho de ser sorda. En caso de querer seguir con sus estudios, tendría que llevar su propio intérprete en lenguaje de señas, pero como es obvio, no todo el mundo puede costearse semejante servicio.
Fue entonces cuando se metió al servicio militar para capacitarse como paramédica, donde sí la aceptaron y siguió luchando por lograr entrar en la universidad, ya que ella consideraba que era el Estado quien tenía que proporcionarle su derecho a la educación.
Al final, su esfuerzo tuvo resultado, y logró estudiar la licenciatura en Terapia de la Comunicación Humana y se mudó a la Ciudad de México, donde considera que hay mayores oportunidades para ella, y ahora trabaja en el Instituto Mexicano de Lengua de Señas.
Como podemos comprobar, los prejuicios y las opiniones dañinas sobre un colectivo tan solo hacen reforzar sus ganas de sobreponerse y como en este caso, lograr todo lo que se propongan.