Doce años después de que la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad formase parte del ordenamiento jurídico español y catorce, de su aprobación por la Asamblea General de las Naciones Unidas, sigue siendo necesario combatir los prejuicios en contra de las personas con discapacidad.
Distintas acciones y campañas de concienciación han conseguido cambiar de manera significativa el lenguaje, el cual usamos para refererirnos a identidades diversas y sus apoyos asociados.
Algo que también, en el ambito de las personas mayores ha ocurrido, cuando los taca-tacás -que contribuían a la infantilización-, pasaron a denominarse andadores y cuando dementes se dejó de usar para designar a las personas con demencia.
Debido a que tantas expresiones capacitistas son clichés, que son automáticas y están enquistadísimas en nuestro cerebro, cambiar requiere creatividad pero también de conciencia y sensibilidad.
Cada persona tiene experiencias diferentes y cada diagnóstico tiene síntomas complejos que dificultan el uso de las etiquetas que a veces los humanos, nos empeñamos en usar, tanto en el lenguaje de los medios de comunicación como en el habla coloquial.
De esta manera, habría que señalar por ejemplo, que tener una lesión medular no implica padecimiento, sufrimiento o ser una victima, que tener una dificultad en el aparato motor no es estar cojo, que usar una silla de ruedas no es estar postrado, que tener diferentes ritmos de aprendizajes no es ser retrasado, que tener una depresión no es estar loco… y así con tantos otros ejemplos.
Todas estas expresiones, desafortunadas, refuerzan la suposición implicita y subyacente de que las personas que tienen una discapacidad, cualquiera que sea, son inferiores y dignas de desprecio. Mirar estas vidas con las gafas sucias del capacitismo es continuar con comentarios condescendientes o de expectativas truncadas; como si la discapacidad fuera una tragedia, una identidad incompleta e incapaz.
Además y relacionado a la situación de confinamiento que vivimos estos días, me gustaría aportar la siguiente idea. Vivir encerrados en un entorno hostil y precario no es nada satisfactorio para muchas personas que no pueden acceder a los mismos servicios que el resto de los ciudadanos. El aislamiento no es una experiencia gozosa para las personas con alguna discapacidad. Así que, cuando idealicemos esta situación, pensemos en las personas que de manera obligada están confinadas todos los días del año.
Como sociedad no podemos seguir minimizando el problema del capacitismo, aplicado no sólo en el lenguaje, aludiendo a una supuesta falta de intencionalidad, porque sin duda, duele y causa malestar y es tan tóxico como el racismo, el sexismo o el clasismo.
La inclusión, por la que apuestó la Convención, también suponía un modificar nuestro sistema de creencias, miradas y atenciones. Estos derechos serán los nuestros en algún momento. Reconozcámoslos y luchemos para que sean una realidad incuestionable, tan incuestionable como que el capacitismo existe y causa malestar, desilusión y enojo.
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Francisco Olavarría Ramos licenciado en Comunicación y Relaciones Públicas.
Emprendedor social con estudios de gerontología. Autor del manual didáctico ‘El micro-edadismo lo vamos a jubilar’, editado por QMAYOR MAGAZINE. Además imparte talleres y conferencias sobre edadismo y derechos de las personas mayores para los profesionales de la salud, la intervención social o el marketing y la publicidad.
Activista en favor de los derechos de personas mayores y personas con discapacidad.
Ofrece apoyo y consultoría a empresas e instituciones públicas en lo que han denominado ‘la Silver Economy’.
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