Jhana Aridi es esa persona entre doscientos mil casos que padece el síndrome de Klippel. Esta enfermedad, de escasa prevalencia, se define como «una condición que afecta el desarrollo de los vasos sanguíneos, los tejidos blandos y los huesos», según indican desde el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos –National Institutes of Health-.
Esta paciente, a nivel profesional, se define como una coach especializada en mentalidad de abundancia y en ofrecer una visión cimentada en mejorar la relación con el dinero. De este modo, ofrece auditorías personalizadas para aprender a «vivir desde la abundancia y soltar la escasez programada en el inconsciente«, escribe en su propia página web.
«Sabes que mereces más» podría ser el gancho de Jhana Aridi para encontrar potenciales usuarios y receptores de su mensaje. No obstante, ella lo tilda de la siguiente manera: «Quizás has sentido la presión de la escasez, el miedo o la culpa; quizás te acostumbraste a hacerte pequeño para encajar, o a poner el dinero en el centro de tu vida como si fuera lo único que define tu valor». Aridi concluye que «no tiene que ser así«.
El miedo como eje central
El síndrome de Klippel que padece esta conferenciante, presentadora y speaker es congénito y tiene una tasa de afectación de un paciente por cada doscientos mil nacimientos. Aridi lo explica de forma natural, a pesar de que le haya costado trabajo asumir su condición: «Mis venas internas no funcionan bien y las externas hacen el trabajo».
A medida que pasaban los años, esta mujer continuaba viviendo una vida que no sentía como propia y lo hacía de forma «condicionada«. Se privaba de usar tacones por los dolores que le causaban. debía apoyar los pies en cierta plataforma de altura para un mejor drenaje de la sangre y le hacía frente a un problema que creía que era pequeño.
Pero no. Jhana Aridi se dio cuenta de que «estaba organizando mi vida alrededor del miedo» y decidió cambiar esa mentalidad antes de que la sensación de terror terminase de apoderarse de ella. Tras ese punto de inflexión en el que dijo ‘basta‘, la coach y protagonista de esta historia entendió la necesidad de comprender su enfermedad y aceptarse. No iba a ver otra Jhana Aridi en el mundo nunca más.
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Admite que «no fue magia ni de un día para otro«; sino que, más bien, «fue amor propio diario, mucha paciencia y reescribir el significado que yo le daba a mi enfermedad«. Comenzó a observar sus propias palabras, se inundó de conocimiento sobre su síndrome y confió en la meditación «para acompañar mi proceso».
El resultado es realmente alentador. Aridi ha logrado recorrer el camino hacia una aceptación plena sobre ella y su enfermedad; también sobre la necesidad de comprender que en la vida hay situaciones que no se eligen, sino que hay que batallar con ellas. Y, en ocasiones, el mayor triunfo es rendirse a lo evidente y comenzar a vivir con ello sin miedos ni filtros.
Elegir cómo se afronta la vida
El síndrome de Klippel es uno de los aspectos más personales en la vida de Jhana Aridi y una de las cosas de las que pocas veces había hablando con tanta normalidad y naturalidad. Gracias, precisamente, a esa sencillez para comunicarlo, es capaz de haber logrado la siguiente expresión: «Hoy amo mi pierna«.
Incluso, siente gratitud por las circunstancias que ha debido pasar y superar en su vida, como aquellos días en la universidad en la que se sentaba en primera fila: «Agradezco lo que me ha enseñado y la vida que me permitió crear«. De hecho, de ese camino nació su andadura como coach.
«Entendí que cuando cambias la historia que te cuentas, cambia la manera en que la vives. No siempre elegimos lo que nos toca, pero sí cómo lo atravesamos», indica Jhana Aridi en su perfil de redes sociales, donde ha mostrado el síndrome de Klippel y ha hablado de ello sin miedos por primera vez.
Finalmente, Aridi también quiere transmitir esa «seguridad» que le otorgaron sus padres cuando la enfermedad que padecía se convirtió en un «drama» para ella. Aprendió a «sanar de dentro hacia fuera«, que fue el motivo que le empujó a compartir su historia para ayudar a quien se sienta en una situación similar. Siempre se puede «reprogramar un significado» para hacerlo más propio y favorable.
