Según estudios recientes que comenzaron a estudiar los cambios cognitivos de las personas con síndrome de Down, el té verde puede ayudar a mejorar las capacidades de aprendizaje y memoria de este grupo de personas.
Para comenzar este estudio, la doctora en neurobiología, Mara Dierssen, junto al profesor Jesús Flórez, necesitaban disponer de un modelo animal que permitiera observar dichas alteraciones. Descubrieron esta proteína en ratones, y a partir de ahí empezaron a estudiar qué genes de los cromosomas son propiedad de las personas con síndrome de Down, según explicaron los científicos en una entrevista al diario El Confidencial.
Los individuos con esta variación genética tienen tres copias diferentes del cromosoma 21, por lo que hay un conjunto completo de genes en exceso. El propósito del estudio es averiguar qué genes pueden explicar los cambios cognitivos y cómo normalizarlos. Dierssen y su equipo encontraron el gen que buscaban y, según el neurobiólogo, «esta es una enzima, un interruptor que puede afectar muchas otras cosas».
“Pusimos en exceso de dosis esta enzima, que se llama dirc 1, y lo que vimos es que era suficiente para producir las alteraciones de aprendizaje y memoria en el ratón”, apunta. El siguiente paso era hacer ese experimento en un ratón con trisomía, y fue entonces cuando vieron que al normalizar el dirc 1 se conseguían corregir déficits de aprendizaje y también alteraciones neuronales.
Té verde y su propiedad que favorece la plasticidad
Una vez encontrado el gen y la enzima que le afectaba, debían encontrar una sustancia que tuviera propiedades inhibidoras sobre dirc 1. El té verde fue la clave, pues contiene una sustancia que favorece la plasticidad que uno consigue cuando aprende.
Según indica Dierssen, “no se trata de una píldora mágica, sino que es algo que ayuda a que la intervención temprana tenga un efecto más eficaz. Es mucho más fisiológico pero requiere que la persona haga un esfuerzo también”.
Estudio con niños de entre seis y 12 años
Tras probar con la propiedad del té verde, se aplicó en un primer ensayo en adultos para afirmar que el fármaco era seguro y así realizar a posteriori la prueba en personas con síndrome de Down.
Dentro de los resultados positivos, se apreció cierto avance cognitivo, a pesar de que en adultos es más difícil valorar los efectos del estudio. Por eso, el equipo de científicos que lidera Dierssen, comenzó un estudio clínico de seguridad con población de entre seis y 12 años en el que participan el Hospital Niño Jesús (Madrid), el Instituto Hispalense de Pediatría (Sevilla), el Hospital Universitario Marqués de Valdecilla (Santander), el Hospital del Mar (Barcelona) y el Instituto Jérôme Lejeune (París).
“La idea es que a esas edades hay mucha más capacidad plástica en el cerebro y pensamos -y esperamos- que esa catequina sea mucho más eficaz en ellos. Hubiésemos ido mucho más rápido si hubiéramos tenido recursos, pero la falta que fondos económicos nos ha retrasado muchísimo”, finaliza Dierssen en la entrevista en la que aprovecha para recordad la falta de inversión en este área científica.