Luis Cayo Pérez Bueno (Calasparra, Murcia, España – 1967) es presidente del Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad (CERMI).
Luis Cayo ha realizado estudios jurídicos, especializándose en filosofía moral y del Derecho. Máster en gestión de empresas por la Escuela Libre de Derecho y Economía. Desde 1995, trabaja en el sector social de la discapacidad.
A través de nuestro colaborador y experto en gerontología y discapacidad Francisco Olavarría, Luis Cayo nos concede una entrevista para contarnos la actualidad en el sector social.
¿Cómo nació su interés por las personas con discapacidad y la reivindicación de sus derechos?
Era lógico y natural, yo mismo soy una persona con discapacidad, y esta ha sido una realidad que ha atravesado todo mi vida, desde la infancia. Cierta dificultad para soportar lo que ha existido y existe en relación con la discapacidad, una cierta necesidad de rebelarse, la sensación de que en esa esfera nunca sobran el compromiso y la militancia, por poco que en mi caso personal pudieran aportar, la certeza de que las soluciones, si las hay, nunca vendrán de fuera ni en solitario, todo eso conjugado, está en el origen de mi adscripción al movimiento social de las personas con discapacidad.
¿Recuerda sus inicios profesionales vinculados a las personas con discapacidad y la reivindicación de sus derechos?
Sí, muy vívidamente, aunque haya pasado mucho tiempo. Fue en la universidad, cuando estudiaba, y éramos unos cuantos los alumnos con discapacidad, que aguantábamos como podíamos. Entendimos que una cierta sindicación, nos vendría bien, y nos movilizamos para que se aplicara la gratuidad de las matrículas universitarias, que estaba en la Ley pero no en la práctica. Y se consiguió. La militancia se nutre de mínimos logros, o de la esperanza de conseguirlos, uno lleva a otro, y hace que se intensifique la pertenencia.
¿Cómo hemos cambiado como país en este tiempo?
El cambio radical, total y completo, de una vez, no se produce en un instante; lo que se producto de siglos, por desgracia, no se puede subvertir en un día. Creo más en las revoluciones de fondo, que en las aparatosas y trepidantes, que se quedan muchas veces en un costoso cambio de escenario, pero la obra apenas cambia. España ha cambiado, Europa, el mundo, qué duda cabe, para mejor, también, pero lo realmente relevante y revelador es que la solución, si es que esta existe, o la aproximación a un intento de solución en perpetua construcción, es que está en manos de las propias personas con discapacidad, tendremos tanto cambio como podamos provocar, inducir. Esto es esperanzador, nos dice que somos los agentes principales, con rango de protagonistas, de nuestro proceso de emancipación.
¿Qué ha aprendido de las familias?
Los mejores aprendizajes se adquieren de quien no tiene la intención de enseñarte nada, de quien no hace pedagogía a sabiendas, pero da lecciones de vida permanentemente, sin pretenderlo. Esa es la mejor escuela posible. Están movidas por el amor, por el sentimiento de justicia, y de verlo aplicado a su miembro con discapacidad, desde luego; son el primer, el último y a veces el único recurso de apoyo, y también el primer resorte de inclusión. Saben antes que la sociedad, que el exterior, lo que son y el valor de su familiar con discapacidad. Lo saben tan bien que no desean retenerlo, guardado para sí, sino extenderlo y verlo impuesto, en el mejor sentido de la palabra imponer, aceptado, admitido, asimilado y puesto en práctica.
¿Podría ser que priorizando a otros sectores, la pandemia arrasese con las políticas sociales del Estado del Bienestar?
Damos muchas cosas por supuestas, como que en España ha habido un Estado del Bienestar, en plenitud, ahora en peligro o amenazado. No ha habido tal, una de nuestras carencias como país, examinado desde lo social, es que no hemos sabido o querido edificar un muro social de sostenimiento y contención, y así nos va. Pareciera que hay una Ley física, universal, un hecho fatal que obligase a que cuando a la sociedad le va mal, a las personas con discapacidad le va peor, mucho peor; y cuando a la sociedad, le va bien, económicamente hablando, a las personas con discapacidad apenas llega esa bonanza. Pero esto no es la Ley de la gravedad, inquebrantable, categórica, puede y debe ser cambiado. Cabe un rostro social en nuestra articulación y expresión colectivas.
¿Considera que las personas con alguna discapacidad o en situación de dependencia han sido menospreciadas en algún momento?
Hay una hostilidad ambiental, que a veces se desata en hostigamiento, visible, concreto, que están ahí, hacia las personas con discapacidad; a veces consciente y deliberada; muchas otras no, asumida, que sale y se manifiesta como si fuera natural, que está inscrita en el orden de las cosas. En el imaginario colectivo, el que dicta las normas de percepción y valoración de las personas y grupos, la discapacidad sigue “depreciada”, considerada de menos valor. No hay que irse muy lejos, para cerciorarse, en la pandemia, los famosos triajes, la selección de enfermos para recibir, o no, atención y cuidados médicos, ¿a quién ha puesto en duda y dejado fuera en ocasiones?: a las personas mayores y a las personas con discapacidad. La hostilidad, el hostigamiento, permanecen, disfrazados por la corrección política, y afloran cuando la máscara se cae, como en las crisis.
¿En qué situación quedará el sector de atención a la discapacidad después del Estado de Alarma?
Maltrecho, aún más, pues estaba, antes de la pandemia, en fragilidad casi constitutiva. Ahora, habrá muchas más demandas, necesidades que atender y menos recursos. Hemos de estar de lleno en el centro de las decisiones sobre la reconstrucción social y económica que se tomen en adelante. Debe ser un sector crítico en la larga regeneración que nos espera.
La Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad reconoce el derecho a vivir de forma independiente y a ser incluido en la comunidad, ¿considera que ésto podría verse perjudicado tras la pandemia?
Si hay algo que la pandemia nos ha enseñado, con sangre, es que las fórmulas de vida no inclusivas, de participación y presencia en la comunidad, en la corriente general social, son objetivamente más sensibles a las crisis masivas de salud; reciben mucho más los efectos. Tras la pandemia, se impone replantearse todos los dispositivos de atención a las personas mayores y personas con discapacidad, transformar lo no inclusivo en algo verdaderamente comunitario; que tengan opciones válidas y efectivas de elegir dónde y cómo vivir, y con los apoyos precisos, proporcionados desde lo público. La pandemia ha agudizado la necesidad y prontitud de una respuesta en clave inclusiva.
¿Qué balance hace de la gestión de esta crisis por parte del Gobierno y la oposición?
La sociedad civil articulada en torno a la discapacidad, no somos un partido político, no tenemos una visión ideológica de todo, eso queda para el fuero interno de cada cual, nos interesa la política, en tanto que gestión de lo público, porque es uno de los ámbitos cruciales para el avance de nuestro movimiento y de su gente. Una crisis masiva de salud como esta sorprende, conmociona desestabiliza, te deja fuera de juego, al principio. Eso se puede comprender. Pero han sido muchas semanas y la experiencia es amarga, muy ingrata. En ese sentido, la impresión extendida es que nos han fallado las instituciones, esperábamos más de ellas, han quebrado nuestra confianza, nos hemos sentido, las personas con discapacidad y sus familias, solas, dejadas a su suerte.
Pese a claros y puntuales casos de incivismo y nula empatía, ¿qué iniciativas de la sociedad civil le han hecho tener esperanza en la humanidad?
Las situaciones extremas hacen aflorar, lo más digno y noble, y también lo más ruin y miserable de las personas y las sociedades. En esta pandemia, hemos asistido reiteradamente a expresiones contrapuestas de lo mejor y lo peor. Quedémonos con lo halagüeño, en relación con las personas con discapacidad. Más conocimiento, más percepción, que ha movido el altruismo en ambas direcciones. Para no poca gente, se ha producido la revelación de que estamos en la sociedad de los apoyos mutuos, que nadie es una isla, y que doblan las campanas o repican sin distinción.
Y por último, ¿qué o a quién ha echado de menos durante estos largas de semana de confinamiento?¿Qué será lo primero que haga cuando se relaje esta situación?
Somos un país, pertenecemos a una cultura que transcurre en gran parte en la calle, en grupo, con otras personas; somos de una sociabilidad extrema, y lo digo para bien. El confinamiento obligado nos ha enseñado que se puede estar a solas, sin sentirse desvinculado, que hay redes y relaciones densas y tupidas que no desaparecen sin el soporte físico del contacto, de la inmediatez corporal. Eso es una mejora individual y colectiva. Ahora, toca recuperar el trato personal, salir a la calle, pasear sin estar atento a que el tiempo de solaz se agota, estar cerca de la gente (guardando la distancia sanitaria), y un poco más de esa parte de la gente que son el regalo inmerecido de tus amistades. No hemos nacido para nosotros mismos, somos en relación con los demás.
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Francisco Olavarría Ramos licenciado en Comunicación y Relaciones Públicas.
Emprendedor social con estudios de gerontología. Autor del manual didáctico ‘El micro-edadismo lo vamos a jubilar’, editado por QMAYOR MAGAZINE. Además imparte talleres y conferencias sobre edadismo y derechos de las personas mayores para los profesionales de la salud, la intervención social o el marketing y la publicidad.
Activista en favor de los derechos de personas mayores y personas con discapacidad.
Ofrece apoyo y consultoría a empresas e instituciones públicas en lo que han denominado ‘la Silver Economy’.
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