Marta Baeza es madre de una familia numerosa. Vive la maternidad junto a Juan, su marido, con quien ha construido una maravillosa unidad de convivencia y han dado la oportunidad de venir al mundo a Juan, Jaime, Jacobo, Jorge, José, Javier, Julián y Joaquín. Sus hijos le hacen «feliz, muy feliz. La más feliz«, tal y como no duda en detallar en su biografía de su perfil de redes sociales.
El último de sus descendientes, Joaquín, el pequeño de ocho hermanos, nació con una condición especial que derivó en una discapacidad. Desde entonces, el síndrome de Down ha estado presente en esta casa, que le dio la bienvenida con total naturalidad y la abrazó sin miramientos ni filtros, sino tal y como es: «Nos ha traído la alegría y una manera de entender la vida de otra manera que no conocíamos«, indica Marta, madre de esta familia.
De acuerdo con Marta Baeza, ‘Joaquinete‘, como llaman con ternura en el seno de esta familia al pequeño, ha sido el encargado de parar el tiempo en esta casa para que «vivamos todo más despacio y disfrutando de las pequeñas, pequeñísimas, cosas«. No obstante, también hace mención a ese «proceso de asimilarlo» una vez que se recibe el diagnóstico y entender que, desde ese momento, hay que vivir convivir una discapacidad, a pesar de que él mismo se encargue de convertirlo en su mayor capacidad.
Aceptar no es minimizar
Cuando Joaquín nació, a Marta y Juan le comunicaron que tenían que pasar por «una especie de luto», detallan. Es cierto que no esconden que ese diagnóstico de síndrome de Down rompe los esquemas que una familia siempre tiene proyectados sobre la llegada de un hijo, y hay que prepararse para darle la bienvenida a «otro hijo, aunque en el fondo es el mismo». No obstante, la convivencia con esta situación ha permitido a esta familia aprender que «también hay mucho bueno porque estos niños tienen unas virtudes extraordinarias».
Entre esas «virtudes» que comenta Marta, ella misma cita la de que «al resto nos hacen mejores«. Ella siente ese sentimiento. Por tanto, se puede deducir que tanto Marta como su marido, Juan, y el resto de sus siete hijos ha comprendido la situación de Joaquín desde el primer momento guiados, en parte, por la pura inocencia de los niños, que rápidamente abrazaron a su hermano sin más allá que amor y empatía.
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No obstante, Baeza sí quiere poner de manifiesto un importante mensaje que hace extensible a todo el colectivo, abarcando condiciones físicas, orgánicas o intelectuales: «Aceptar la discapacidad no es minimizarla y celebrarla no es ignorarla«. A su vez, indica que hace no mucho tiempo, «niños como Joaquín» -con alguna patología-, eran «apartados o escondidos y no se les permitía vivir como los demás«.
Por ello, ‘celebra’ que «por suerte, el mundo empieza a ser más justo, más inclusivo«, aunque «todavía queda mucho». Finalmente, detalla que «ser madre no es elegir lo fácil, sino querer y acompañar a tus hijos tal y como son«. Marta y Juan cumplen a la perfección con esta afirmación.
La discapacidad no frena
La experiencia de esta familia es propia. Han construido un universo donde ellos mismos son los verdaderos protagonistas y, dentro de ese espacio, han encontrado un refugio para el síndrome de Down, ejemplificado en la figura de Joaquín, el menor de ocho hermanos. A pesar de las dificultades del proceso y de la adaptación a un nunca deseado diagnóstico, el pequeño lo pone fácil.
Así, Marta, su madre, y Juan, su padre, pueden alzar la voz para expresar que «aunque cueste verlo, la discapacidad no frena, ralentiza«. Pero, visto desde esta lupa, «¿quien no necesita su propio ritmo y sus tiempos?». Joaquín necesitará más apoyos, adaptaciones y un mayor esfuerzo para lograr objetivos. Pero lo hará, siempre en compañía de su familia.
No debe ser fácil lidiar con ocho personas que dependen única y exclusivamente de ti, como les ocurre a Marta y a Juan, pero ellos, mediante la sonrisa, el amor y el respeto por sus hijos, lo han conseguido. Juntos, han evidenciado que «en esta gran familia, cada uno tiene un hueco único e imprescindible«.
